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jueves, 2 de mayo de 2013

Las Confesiones de un Pequeño Filósofo, Azorín


Las confesiones de un pequeño filósofo se imprimió en 1904, y fue el último libro que Azorín firmó como José Martínez Ruiz. Es la tercera parte del conjunto autobiográfico del que forman parte La voluntad (1902) y Antonio Azorín (1903), y en todas ellas el protagonista es el mismo autor de la obra. 
Confesiones de un pequeño filósofo narra su infancia, su colegio, sus familiares, su juventud, etc. El libro se compone de capítulos muy cortos de apenas dos páginas, en los que recuerda su vida en Yecla, pueblo en el que sucede la acción de esta obra. Sin embargo no cuenta una historia en sí, sino que se dedica a recordar y a contar su vida desde la perspectiva que tenía siendo un niño pero mezclado con observaciones que hace en el momento en el que escribe. No obstante, la obra la escribe siendo ya adulto, en el mismo pueblo en el que creció, por lo que se ve invadido por los recuerdos de aquel lugar. Resulta llamativo el punto de vista desde el que lo hace, en primera persona y como si estuviera realmente presente en el pasado. En ocasiones utiliza el tiempo presente para acercar al lector a su recuerdo, pero también lo mezcla con el pasado para insistir en la idea de que se trata de varios recuerdos.
Básicamente el libro es eso, un conjunto de recuerdos de su infancia. No hay trama ni historia, el protagonista es él y los personajes las personas con las que compartió su infancia, como sus compañeros de clase, sus profesores o sus familiares. Por todo ello, como se ha explicado antes, toda la novela en sí es una digresión, ya que está escrita a partir de las divagaciones del autor, que es el mismo protagonista de la obra. Tampoco sigue un orden cronológico, de hecho no hay línea temporal, sino una sucesión de recuerdos apenas ordenados en el tiempo.
En ocasiones da la sensación de que los capítulos no tienen relación entre sí, que tan sólo son ocurrencias del autor, como ocurre con los capítulos de "Las puertas" y "Las ventanas", en las que se dedica a describir la sensación que le producen dichos objetos. Pero lo llamativo de Azorín es cómo hace de algo tan simple como es una puerta un breve capítulo de su novela y cómo lo finaliza con una breve reflexión:
No hay dos puertas iguales: respetadlas todos. Yo siento una profunda veneración por ellas; porque sabed que hay un instante en nuestra vida, un instante único, supremo, en que detrás de una puerta que vamos a abrir está nuestra felicidad o nuestro infortunio...
Algunos capítulos se pueden recoger en dos bloques: los que tratan sobre familiares, y los que hablan sobre los Padres de su colegio (religioso) y su vida en él.  En la mayoría de ellos utiliza el tiempo pasado y presente. Primero hace una referencia a la realidad en la que está escribiendo (Recuerdo...) y más tarde cuando habla del personaje utiliza el verbo presente (está, lleva, creo, guardo...)
También es destacable el reiterado uso del "Yo" que hace el autor, de modo que deja claro el carácter autobiográfico de la obra. En ocasiones también se dirige directamente a los lectores (os diré, como veréis...).
Por último hay destacar los últimos capítulos del libro, en los que describe cómo caminando por las calles y visitando el colegio de su infancia los recuerdos han surgido y han permitido escribir la novela. Y es un sentimiento con el que el lector se puede sentir identificado:
Toda mi infancia, toda mi juventud, toda mi vida han surgido en un instante. Y he sentido - no sonriáis- esa sensación vaga, que a veces me obsesiona, del tiempo y de las cosas que pasan en una corriente vertiginosa y formidable.

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